“Hay conversaciones que te sacan del letargo”, me decía mi amiga, “ni podía imaginarme que estuviera viviendo mi pareja así”.
Ahora se encuentra en el caos, en una de esas situaciones que trae a veces la vida en que no sientes el suelo bajo tus pies. Ese vértigo, esa desazón y el malestar derivado son las luces en intermitencia que la avisaron de que ya no, así no más. Echando la vista atrás, los recuerdos vuelven a todas aquellas tardes anodinas en que sin querer se hacía preguntas que luego guardaba en un cajón. También trae al presente las reacciones que tenía con él, o contra él…a pesar del gran amor que les une. “No es suficiente, mucho amor me ha vuelto ciega y hemos dejado de vernos: yo a él y él a mi…pero también yo a mi misma”.
En ese instante se dio cuenta de que había una esfera perfecta, la de la convivencia, en que no habría podido desear nada mejor. Era fácil, un padre maravilloso, atento con ella, pendiente de sus vaivenes, responsable en las tareas, servicial…el ideal de todas tus amigas cuando hablas del hombre que tienes en casa. Sin embargo, esa convivencia perfecta y superficial comenzó a desintegrarse cuando ella se miró por dentro. En ese momento entró en el vacío, en el caos, en el qué hago aquí, en el esto ya no es un nosotros porque está en juego mi propia existencia…mi verdadero yo.
Algunas parejas nunca sentirán la necesidad de tocar lo profundo, mantendrán una buena convivencia que estará al servicio de sus existencias individuales. Otras serán capaces de sumergirse hasta el fondo, bucear juntos entre los restos del naufragio emocional para ahí mismo hallar los grandes tesoros de su existencia. Los habrá también que se comprometan a cuidar de la convivencia, ensanchando su existencia en el constante transcurrir de incertidumbres y aprendizajes, de tomas y entregas, de un mirar hacia el mismo sitio, de un nutritivo caminar juntos…o hasta que la vida los separe.
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